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domingo, 25 de marzo de 2012

LA DISTANCIA ENTRE TENER LA VOZ Y TENER LA PALABRA


Por Marta Pía Lopez (1)

Muchas veces nos hemos preguntado cómo participar, o mejor, cómo incidir en las decisiones de poder, desde el lugar del ciudadano común que no forma parte de un partido, de un gremio, o de una organización social.

Hablamos de la conformación de una especie de “frente ciudadano”(2), es decir, una ciudadanía movilizada, autónoma y con capacidad de opinar que funcione a la vez como apoyo para defender lo que se ha conseguido, como interlocutora válida y como contención a eventuales desvíos regresivos.

Pero lo cierto es que, puestos en la búsqueda de lugares de participación con estas características, no resulta nada fácil encontrarlos.

Interpreto las dificultades para encontrar un espacio que "nos albergue" como un indicador o emergente, como la imagen en espejo de ciertas dificultades del gobierno en relación a la toma de decisiones (cierta tendencia a la concentración, al personalismo, a los anuncios sorpresivos e inconsultos, a limitar la comunicación). Es decir, nuestras dificultades son el reflejo invertido de las dificultades del gobierno.

En varias notas periodísticas surgidas desde sectores afines al gobierno, posteriores al discurso del 1º de marzo, esas dificultades han sido traducidas como la necesidad de "habilitar y profundizar la escucha" para “constituirse en sólida base de sentidos compartidos”, con “emisores y receptores que abandonan un rol estático y estereotipado" (3), o bien como la falta “de más y mejores comunicadores del kirchnerismo”  que lleva a “un delicado problema de Crisdependencia(4), o como los riesgos de “planear por arriba de todos”, y de producir un “disciplinamiento generalizado de actores(5)
Algún periodista se ha preguntado: “¿Alcanza con la presencia espectacular de la Presidenta? ¿No haría falta que se llame a actores sociales determinantes a una postura más participativa, por la que además de informárselos de lo resuelto se los haga sentir en una democracia menos delegativa?”(6).
Es muy difícil hablar de lo que no existe. ¿Cómo se hace para conformar ese espacio que nos contenga como ciudadanos y nos dé la posibilidad de intervenir efectivamente en las decisiones? ¿Cómo se pasa de “tener la voz” a “tener la palabra”?
La política ocurre –dice Jacques Ranciere (7)- cuando aquellos que ´no tienen´ el tiempo se toman ese tiempo necesario para plantearse como habitantes de un espacio común y para demostrar que su boca emite también una palabra que enuncia lo común y no solamente una voz que denota dolor”.
La necesidad de crear un espacio político que facilite esa expresión de la palabra no es un desafío novedoso, es decir, se ha presentado muchas veces, en otros tiempos, lugares y circunstancias. Sin embargo, por definición, siempre tiene las dificultades de la primera vez. Siempre, la trampa consiste en retacearnos, además del tiempo,  los medios para la acción. Porque los medios (el lenguaje, las prácticas, los supuestos, la cultura, los caminos, las habilidades conocidas) nos conducen hacia más de lo mismo, hacia el paisaje del que queremos alejarnos.
 No es posible ninguna revolución política sin que se produzca un cambio radical en nuestra concepción de lo posible y de lo real(8).
Sin embargo, “el principio de visión dominante no es una simple [?] representación mental…sino un sistema de estructuras establemente inscriptas en las cosas y en los cuerpos”.  Por lo tanto la revolución simbólica….no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y las voluntades(9).
Ya habíamos dicho en otra oportunidad(10), y ahora lo decimos con las palabras de Bourdieu,  que “no se trata de conciencias engañadas que bastaría con iluminar, sino de unas inclinaciones modeladas por las estructuras que las producen” por lo que el cambio solo puede esperarse de una “transformación radical de las condiciones sociales de producción”.
Volviendo a lo nuestro, yo sostengo –quizá exagerando, quizá simplificando, pero totalmente convencida- que intentar hacer política utilizando los instrumentos y recursos de los partidos, de los gremios y de las organizaciones sociales es, para el ciudadano común, una tarea destinada al fracaso. No hablo de la frustración o el displacer o la impotencia (aunque seguramente estarán, y no es algo menor) sino de que jamás podríamos crear una práctica liberadora de nuestra propia palabra utilizando un lenguaje que nos es ajeno.
Judith Butler extrema este razonamiento hasta cuestionar la idea de claridad o transparencia del discurso: “considerar que la gramática aceptada es el mejor vehículo para exponer puntos de vista radicales sería un error, dadas las restricciones que la gramática misma exige a los pensamientos, de hecho, a lo pensable”.
No se trata de dividir la realidad en compartimientos sin conexión, donde ciertas prácticas correspondan a ciertas personas y excluyan a otras, sino de reconocer cuáles son los obstáculos para poder expresarnos desde lo que somos y cómo somos, y dar nuestra propia lucha por el “sentido de las cosas del mundo”.
Ese derecho lo tenemos, desconocerlo (creer que si no entramos en la lógica de los demás no tenemos cabida en el mundo de la política) forma parte de las prácticas aprendidas para (auto) excluirnos de las decisiones de poder.
La Plata, 25 de marzo de 2012

(3) Washington Uranga, Pagina12 del 14-3-12, “Decir y escuchar” 
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-189551-2012-03-14.html
(4) Mariano Fraschini, Artepolitica, 12-3-12, “El estado kirchnerista, la autonomía y la incertidumbre”
(5) Eduardo Blaustein, Miradas al Sur del 4-3-12, “Crisdependencia”
(6) Eduardo Aliverti, Pagina12 del 13-3-12, “Hacia adelante”
(7) Jacques Ranciere, “El malestar en la estética”, Capital Intelectual, 2011
(8) Judith Butler, “El género en disputa”, Paidos, 2010 (1ª edición 1990)
(9) Pierre Bourdieu, “La dominación masculina”, Anagrama, 2000 (1ª edición 1998)

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